Uno de los aspectos más fascinantes de Medellín es su sistema de transporte público. Tomé el Metrocable hasta la Comuna 13, un barrio que en el pasado fue símbolo de conflicto y que hoy es un ejemplo de resiliencia y arte urbano. Caminando por sus coloridas calles, llenas de impresionantes grafitis y música, sentí la energía de un pueblo que ha sabido transformar su historia en un mensaje de esperanza y cultura.

El recorrido continuó en la Plaza Botero, en pleno centro de Medellín. Aquí, admiré las icónicas esculturas del maestro Fernando Botero, cuyas figuras voluminosas han llevado el arte colombiano a todo el mundo. Cerca de la plaza, visité el Museo de Antioquia, donde aprendí más sobre la historia y el arte de la región.

Por supuesto, no podía faltar una visita al Jardín Botánico y al Parque Explora, dos lugares ideales para conectar con la naturaleza y la ciencia. Medellín es una ciudad innovadora, y estos espacios reflejan su apuesta por la educación y el desarrollo sostenible.

Para cerrar mi viaje con broche de oro, subí al Peñol de Guatapé, una colosal roca que ofrece una de las vistas más impresionantes de Colombia. Subir sus 740 escalones fue todo un reto, pero la recompensa al llegar a la cima fue indescriptible: un panorama de lagos y montañas que parecía sacado de un sueño.

Medellín me dejó con el corazón lleno de gratitud y admiración. Su transformación, su gente amable y su ambiente vibrante la convierten en un destino imprescindible para cualquier viajero. Sin duda, volveré para seguir explorando todo lo que esta maravillosa ciudad tiene para ofrecer.